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El arco
ignora
la sabiduría
de su saeta.



Tu memoria:

esos 
reinos
sucesivos.



Se entretienen
nuestros
laberintos
y las palabras
que dijimos
en el alba.



"Fui grato al jazmín y
leal al alfanje;
descubrí fuentes y surtidores
en los jardines de mis enemigos.
Perdí cien casas. Conservo
la llave de la que será 
la última.
Sentí el rumor del Universo
en una rosa
y en la copa de vino
que cierta mano me dará,
cierta tarde.
Inventé a Aristóteles.
Vi lo que nadie vio:
la doliente melodía
de la Alhambra,
que está sola,
la nostalgia generosa del limonero,
el padre y su gran alma,
perdonando;
el amor del espejo, ese arquetipo,
el amor de las cosas,
esos esplendores..."



En ti escucho
el rumor de la fuente
del tiempo,
de donde proceden
días que opones
a los días,
horas que confunden
a los guardianes
de las horas
y minutos
que al caer,
se olvidan...



La suerte generosa
te impone sus tareas:
destejer la trama
y devanar la madeja,
permutar las letras,
sostener en la mano
la metáfora,
volverla
geometría,
constelación,
música
y tenue caligrafía
que recorre los muros
del palacio crecido
entre los limoneros,
plantados de tu mano
cada tarde.



El castillo
que se levanta
en un crepúsculo
porque así lo quiere
este conjuro.

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